Las ciudades y la velocidad están íntimamente ligadas. La urbanización del siglo XX se entrelazó con el desarrollo del automóvil, que aceleró los desplazamientos e hizo posible la expansión de las ciudades. En las primeras décadas del siglo, la velocidad se convirtió en sinónimo de modernidad, mientras que la aceleración simbolizaba una mayor eficacia (en términos de cadencias, procesos, ritmos, intercambios, etc.).
Contra la aceleración del mundo, y de la ciudad, ha nacido un movimiento que aboga por romper con el concepto de crecimiento y profesa una ciudad «lenta», que consiste en volver a los ciclos cortos, a consumir menos, una ciudad que se toma su tiempo.
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